El hombre es "capaz" de Dios

abril 08, 2021



El Catecismo de la Iglesia Católica es uno de los logros más acertados de la Iglesia de nuestros tiempos. Este texto, de carácter más bien expositivo de la fe católica, está dividido en cuatro aspectos fundamentales por los que el fiel debería cimentar sus creencias y su actuar. La primera sección nos habla de la profesión de fe, o séase, de lo relacionado con la Revelación y el papel de la Santa Madre Iglesia en la historia; la segunda sección describe los sacramentos; la tercera trata de cómo se debería desempeñar la moral o el actuar del católico, conforme obras que lo acerquen al Señor; y finalmente, la cuarta hace énfasis en la importancia de la oración. 


El tema que hoy nos aqueja, es básico, pero no por ello menos importante; de hecho, vendría bien llamarle fundamental. Este mismo se relaciona con la primera sección del Catecismo “La Profesión de Fe”, no sólo por ser tratado impecablemente en el primer capítulo de la sección, titulado “El hombre es ‘capaz’ de Dios” (n. 26-49), sino por el valor que tiene para católicos y no católicos, religiosos y ateos, hombres y mujeres, etc. El tópico en cuestión habla de la importancia de Dios en la vida del hombre, en su actuar y pensar, en su manera de relacionarse con los demás, y consigo mismo. La misión de este artículo será intentar ampliar y adecuar el tema a las situaciones más recientes, desde la óptica de un joven de 18 años.


Primeramente, es importante analizar el título del capítulo, y profundizar en su significado. “El hombre es ‘capaz’ de Dios”, pero ¿en qué sentido?, o, en otras palabras, ¿capaz de qué? A lo que el catecismo se refiere con esta frase es mucho más hondo de lo que a primeras parece, y da respuesta a preguntas filosóficas que nos hemos hecho desde los primeros tiempos, definiendo una antropología exquisita y real. En relación con las preguntas planteadas con anterioridad, la reflexión revela las respuestas: el hombre es capaz de conocer la existencia de Dios, de confiar en que hay un ser más allá de nosotros que haya creado, que rija, o que por lo menos tenga una gigantesca influencia en el mundo tal como lo conocemos; pero más notablemente, el hombre es capaz de creer en Dios, de poder profesar una fe de acuerdo a su Revelación, y de poder obrar conforme sus leyes natural y divina.


El hombre es, utilizando la teoría aristotélica de definición, un animal religioso, o si se quiere, un ser religioso, capaz de creer. Y es que esto no es una mera coincidencia, pues el deseo de creer en Dios está inscrito en nuestra propia esencia, en nuestra misma naturaleza. De esto, no hay ningún antropólogo intelectualmente honesto que pueda dudar, pues a lo largo de la historia vemos diversas culturas que en su búsqueda de Dios han profesado distintas religiones que giraban alrededor de diferentes deidades. El catecismo va todavía un paso más allá, y más adelante da a entender que el hombre se realiza y alcanza una cierta plenitud creyendo en Dios, comparable al hombre que se realiza y alcanza una cierta plenitud participando del estado para Hegel. Ante esta indudable verdad sobre la naturaleza humana, al ateo sólo le queda resignarse y desarrollar teorías que desacrediten diversas creencias, tal como lo harían personajes como Feuerbach, Freud, entre otros. Sin embargo, Dios dispuso al hombre de la razón, la cual lo ayudaría a llegar al conocimiento de una divinidad personal.


Mediante el uso del instrumento de la razón, que en este mundo terreno sólo el hombre posee, podemos llegar a pruebas de la existencia de Dios. Es importante señalar que estas pruebas no son científicas, (al menos no si entendemos a la ciencia como aquella que estudia la materia en relación a las cuatro fuerzas que la rigen), pero no por ello menos válidas. Estas pruebas, o vías son en su mayor parte de carácter filosófico, y pueden verse tanto en la filosofía platónica y aristotélica, como en la agustiniana y tomista, entre otras muchas. Hay dos aproximaciones que las vías de la existencia de Dios toman, una dirigida al mundo, su contingencia, belleza, orden, etc., y otra a la persona humana, su búsqueda de verdad, bondad y belleza, libertad, etc. De esta manera, se busca refutar postulados de dos corrientes dañinas para el propio hombre, (quizás la segunda más que la primera), como lo son el ateísmo y el agnosticismo.


Al adentrarse y desarrollar un poco más la capacidad del humano para conocer y creer en Dios, es inevitable preguntarse, si el hombre ya está de alguna manera predestinado para creer en alguna divinidad, además de que le es posible probar la existencia de Dios mediante la razón, ¿por qué es que existen miles de personas que rechazan a Dios en sus corazones?, ¿por qué es que pareciera creciente el número de jóvenes y adultos que se deciden firmemente en no creer que exista Dios?, ¿por qué cada vez conocemos más y más conocidos que deciden abandonar la fe? A estas preguntas, el catecismo responde en el número 29 con varios puntos esclarecedores, en los cuales profundizaré a continuación. Primeramente se mencionan la ignorancia y la indiferencia religiosa, que normalmente van ligadas. En un mundo en el que gran parte de los habitantes viven en ciudades, donde el tiempo no perdona, la reflexión de las grandes preguntas de la vida es especialmente rara. La gente sólo espera cumplir con pequeñas metas como llegar al fin de semana y poder salir un poco de la rutina, para luego volver al mismo ciclo una y otra vez. Pocos se dan cuenta que sus vidas carecen de sentido fuera del “fin de semana”, y los que se dan cuenta entran en depresiones y ansiedades fuertísimas. De estos fenómenos surge la indiferencia religiosa, pues, si no nos cuestionamos el sentido último de nuestra existencia, qué esperanzas hay de que en este mundo tan material y superficial nos adentremos en el mundo religioso y en el conocimiento de Dios. Otro de los puntos que se mencionan versa sobre las corrientes de pensamiento hostiles a la religión. El hombre, que se da cuenta de la pequeñez de su existencia, desesperado, trata de encontrar algo que le otorgue un sentido a su vida, sin embargo, a veces busca en los lugares más erróneos, y acaba por sumarse a movimientos disparatados, que dañan su integridad como persona, y que son contrarias a su naturaleza. Pensemos en las presas del comunismo o del nacional socialismo alemán, o inclusive del liberalismo de finales del siglo XVIII. Otra respuesta a las preguntas del principio del párrafo podría ser el mal ejemplo de los creyentes, tanto de la jerarquía como de los seglares, que presumiendo ser cristianos, nos olvidamos de las enseñanzas de nuestro Señor, cometiendo, a veces, injusticias realmente graves. A estos puntos se le suma el miedo del hombre que no se quiere reconocer como pecador, y que quiere seguir llevando una vida totalmente fuera de lugar, llena de vicios y falta de virtudes, el cual le impide creer. Finalmente, el hecho de que nuestra inteligencia y lenguaje que, aunque puedan captar a Dios, no puedan revelar todos sus misterios, desalienta a no creyentes, impulsándolos a ver falsedad en donde no la hay.


Ante esto, Dios, conociendo las causas que el hombre puede tener para rechazarlo, y las imposibilidades de la razón para comprenderlo en su totalidad, no para de llamarnos, hasta el punto de revelarse como nuestro Creador, Salvador y Redentor, manifestando su amor imperecedero por nosotros.


El propósito del catecismo de hacernos entender que el hombre es “capaz” de Dios, en principio, pareciera que va dirigido a no creyentes, ateos y agnósticos. Sin embargo, ésta sería una afirmación muy apresurada, pues debajo de aquella información tan valiosa, hay una finalidad moral para los católicos: nosotros, los creyentes, tenemos una misión verdaderamente esencial, llevar el hermoso mensaje de verdad, bondad y belleza de que Dios SÍ existe. A través del lenguaje, debemos de comunicar la única y absoluta Verdad que nos es dada no tanto por mérito nuestro, sino por gracia del mismo Espíritu de Dios. Entonces, después de conocer, entender, razonar y meditar los medios por los que podemos conocer a Dios, probar su existencia, y aceptar la importancia de amarlo y dejar todo por Él, transmitamos a nuestros hermanos, amigos y conocidos cuál es nuestro objetivo en este mundo, estar en comunión con nuestro Señor, participando en su vida divina.


Por: Daniel Martín


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