Las oraciones y los hijos.
A todos los que crecimos en un entorno de oración católica, siempre tenemos presente algún recuerdo donde nuestros abuelos o padres estaban haciendo oración y trataban de que nosotros participáramos. Ya fuera la hora del santo rosario después de comer, la hora de la misericordia a las 3 de la tarde, la bendición de los alimentos, dar gracias al levantarnos a un nuevo día o al acostarnos. La misa de los domingos al menos, alguna novena para algún santo, entre otras muchas devociones.
En casi todos estos rezos nos enseñaron o nos inculcaban a pedirle a Dios un favor, una gracia.
A Dios, siendo nuestro padre, le gusta que le pidamos cosas que Él sabe perfectamente que se las vamos a pedir y en su infinita sabiduría sabe si nos conviene o no. Pero, ¿Qué pasa cuando lo que le pedimos no se cumple? Por una parte, se pierde totalmente el interés de pedirle, y por otro lado, dejamos de creer que es un Dios todo poderoso.
Desgraciadamente así nos enseñaron y así enseñamos a nuestros hijos y poco a poco se va perdiendo la tradición y sobre todo, la devoción al rezo.
¿Cómo podríamos remediar dicho mal hacia las nuevas generaciones?
Primeramente, debemos enseñarles que hay distintas oraciones, en las que debemos incluir, el pedir perdón por nuestras faltas, dar gracias por lo recibido y petición de favores espirituales y materiales.
En todas estas oraciones no debe faltar nunca en nuestra cabeza, corazón y palabras, la disposición a la Voluntad de Dios, “Si quieres, puedes limpiarme”, “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Bajo esta premisa debemos enseñar a nuestros hijos.
Hay que hacerles entender que Dios es infinitamente poderoso, pero no es un esclavo de nuestros caprichos ni mucho menos un genio de la lámpara que esta para cumplir nuestros deseos.
En estos años que hemos vivido la pandemia, mis hijos me cuestionaban ¿Y por qué Dios no quiere llevarse el coronavirus?, que pregunta tan difícil de contestar a unos niños menores de 6 años que extrañan salir, ver a sus seres queridos y amigos.
Hay mucha catequesis que se debe enseñar por medio de la oración, y más que enseñarles a querer evitar los males, hay que enseñarles a ofrecer esos sacrificios, por el bien de uno y de los demás.
La vida los pone en situaciones que los adultos a toda costa queremos evitarles, cuando es ahí donde debemos elevar dicha problemática hacia la oración.
Una en particular que me gusta aplicar en mis hijos, es cuando se lastiman, que su sufrimiento no sea en vano, les digo que lo ofrezcan con las siguientes palabras “Jesús, es por tú amor, por la conversión de los pecadores y por las injurias cometidas en contra del inmaculado corazón de María”.
La oración debe ir de la mano con las situaciones cotidianas. De este modo, tendremos presente en todo momento a Dios, y todo lo que hagamos estará en sus manos. Sin darnos cuenta, nuestra vida estará consagrada totalmente a Él y a su santa Voluntad.
Muchos dirán, “se la pasan rezando”, pero la verdad es que nos la pasamos haciendo cosas todo el día, tomando decisiones, eligiendo hacer o no hacer, que bien nos haría en nuestra vida hacerlo de la mano de Dios y de la Virgen desde pequeños, y no llegar al ocaso de nuestros años, queriendo introducir de manera poco rutinaria, casi obligada alguna devoción.
Entendamos de una vez que no hay felicidad plena, y que vivir una buena vida, va de la mano con los sufrimientos, no tengamos miedo de enseñarlos a rezar en cada situación que se encuentren. Muchas veces me pasa por la cabeza aplazar el rezo familiar, porque están viendo la tele, o están jugando muy entretenidos, al poco rato me armo de valor para aceptar el berrinche por parte de ellos, para mi sorpresa, ellos contestan, sí está bien mamá. Es cuando me doy cuenta que la tentación es para mí, en ellos no hay más que amor a Dios, y saben que es sólo un momento. Cuán débil somos los padres para enseñar el amor a Dios a los hijos.
Busquemos la oración adecuada a su edad y a sus momentos, y pidamos a Dios y su Santísima Madre la perseverancia en estas hermosas prácticas familiares.